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Beatriz (Guatemala)

La Colectiva Feminista Actoras de Cambio en Guatemala, es una referencia muy importante en el trabajo de memoria con mujeres que han enfrentado la violencia del Estado guatemalteco. Buscan “acompañar procesos de sanación, autoconciencia y autoafirmación con mujeres sobrevivientes de violencia sexual en la guerra y en la actualidad…” Traemos a este Archivo, 2 de las 9 historias de vida que se pueden ser consultadas en su web: http://www.actorasdecambio.org.gt/index.php/2016-06-22-04-18-04/publicaciones/category/8-historias-de-vida

"Cuando uno baila con el maíz, el maíz se siente alegre"

Cuando uno baila con el maíz, el maíz se siente alegre

Siempre he vivido en San Martín Jilotepeque. No conocí puramente a mi papá pero lo sueño y me habla, le miro su cara, y aunque ya no recuerdo cómo era su carácter y ya no lo conozco en mi ojo, sé que es él el que viene a mi sueño y está conmigo.

Yo tendría ocho o diez años cuando murió mi papá,desde que tuve conciencia él ya estaba enfermo. Mi mamá quedó viva y sola con nosotras. Sufrimos porque no teníamos buen terreno, no teníamos para leña, no teníamos para ocote, ni para siembra, sólo teníamos un pequeño pedazo de terreno que le dieron a mi papá en el que sembrábamos milpa; tampoco teníamos una buena casa, era sencilla, de caña. Mi mamá ya era viuda y como de chiquita se había quedado huérfana con su hermana mayor que la crió, que es a la que nosotras le decimos abuelita, no tenían de dónde sacar dinero y me mandó a vivir un tiempo con mis abuelitos, los papás de mi papá, y ella se quedó con mis otras tres hermanas.

En la casa de mis abuelitos, un tío mío había estudiado, y como yo hice un año en la escuela, conocí un poco la letra y pude estudiar en la casa aunque no podía leer puramente, no hasta que hubiera pensado qué decía esa palabra. Desde niña era católica, así era en la comunidad; hice mi primera comunión pero no estudié con ningún catequista la doctrina, me compraron un catecismo y yo solita lo aprendí. Como mi tío era catequista, él fue el que me pasó para hacer la primera comunión; ahora la confirmación sí no sentí, me dijeron que tenía madrina pero ni hicimos fiesta.

Antes mi abuelo hacía su entrojada1 y nos juntaba a todos sus nietos y a sus hijos; hacía su pulic con tamalito y una ollota de atol que se echa en un jicarón, así sobre el maíz en un batidor; aguanta para tres días ese atol y no se descompone porque en cuanto sale la olla del fuego, se sirve en el batidor y ahí se queda, no se enshuca2. También se hace sentu, que le dicen a unas cositas de raíz. Esa celebración se hace porque es el reliquie para la mazorca y se aguarda la cosecha; ese día tocan los violines y la guitarra. Como éramos patojitos, amarrábamos las semillas y la tusa3 por par negro o blanco, le llevábamos su pulmón, bailábamos;ése era el secreto del maíz, nos decía nuestra abuela, cuando uno baila con el maíz, el maíz se siente alegre; después entraron otras religiones, quisieron evitar nuestras costumbres y nos decían: “¿para qué hacen eso si no es grato a Dios?”, y así poco a poco quitaron muchas cosas.

Ya después me volví a vivir con mi mamá cuando llegó mi tío y su familia a vivir con mis abuelos. Como ya estaba grande, me dijeron: “de repente por vos va a haber problemas entre ellos, mejor te vas con tu mamá y viene la nuera”. Cuando volví a mi casa con mis tres hermanas, no nos peleábamos, aunque había una hermana que cómo regañaba; nunca nos golpeábamos, siempre estábamos de acuerdo para ir a vender al mercado y aunque había alguna que no hacía caso, nunca nos dijimos que no nos queríamos, nosotras mismas ganábamos nuestras cosas pues nuestra mamá nos enseñó el negocio, pudimos manejarnos solas y nos alimentábamos.

“Si un día te pega más duro, andá con Chus”

A mí no me dijeron nada de la menstruación, no sabía nada hasta los quince años que la vi, cuando me fui de molindera a la costa y estaba sembrando la milpa solita con mis hermanas, con mis primas. Me defendí con el polvo que había donde estábamos, abajo de un árbol; me asusté y pensé: “saber qué es, saber qué me pasó”. Con miedo, avisé a mi mamá cuando llegué que eso me había ocurrido; poco, poco buscaba la manera, no le podía decir al ramplón porque me podía pegar o regañar. Ella me dijo que tenía que ver mes con mes, por eso es que de quince años, dieciséis años, todavía sentía yo que era chiquita. Ya después me orientaron mi mamá y mi tía: “no hagas mal, no te rías con cualquier hombre, no andés mucho, es delicado andar sola. Sos mujer, hay muchos hombres malos que le hacen daño a una, y eso no quiero yo porque sos mujer aseada. Si querés a un hombre, cásate, que no sólo te engañe, y si te quieren agarrar ahí está el palo,tenés boca para maltratar”, todo eso me dijo.“Ay te cuidas por allá, hay hombres mañosos en donde vas a trabajar”. Nos decía: “cuidado”, si nos quedábamos lejos, atrás de ella, cuando nos íbamos a San Martín a pie a negociar; “cuidado” si te dilatabas, si ibas hacer un mandado, “¿con quién estabas platicando y quién te atajó por ahí? No quiero entrar en chismes”. Uno con miedo también, nos han metido el miedo con la reata que nos ofrecen, por eso sabe uno que no puede hacer algo a su manera porque hay quien lo regaña, hay quien está por uno. Yo pienso que nuestra madre nos hizo un bien cuando nos celaba. Cuando íbamos de viaje siempre debíamos tener compañeros y si llovía nos iba a encontrar, no quería que nos perdiéramos; mi mamá nos hizo un favor, por eso nos casamos normal.

Ella sólo estuvo un tiempecito con nosotras antes de juntarse, averiguaron que estaba sola y un viudo la enamoró, pero a nosotras no nos parecía y no dejamos que la quisiera ese hombre, no nos gustaba. Luego llegó otro a pedirla. Ya estábamos grandes cuando ella tuvo otro bebé, yo ya tenía veinte años. No queríamos perder al bebé ni a nuestra madre, los queríamos mucho; el hombre que ella encontró era muy malo, pero ella lo quería porque daba hijos hombres. Ese señor tenía otros hijos, por eso le dijo a mi mamá: “mis hijos les van a dar cosas a tus hijas y ellas van a tortear y hacer oficio”. Como ellos fabricaban guaro4, tomaban mucho. Nosotras lavábamos la ropa y los muchachos nos regañaban si no se secaban; el sábado se mantenían chupando y nosotras teníamos negocio, traíamos jabón y todo a Comalapa, por eso es que nos enojamos y como éramos algo brinconas, mi hermana y yo decíamos: “¡qué púchica5! Ganamos para dar de comer a mi hermano, a nosotras y a mi mamá, no a ellos que sólo regañan y no trabajan”, por eso fue que empezamos a pelear.

Entonces le dije un día a mi mamá que no nos podía dejar así, que nosotras la íbamos a defender; hablamos con un tío nuestro que vivía cerca de Varituc y él nos dijo: “¿para qué están sufriendo ahí con su mamá, mejor sálganse. Ya están grandes, saben ganar sus cosas y no que ella, que sufre en la casa de ese hombre, váyanse mientras con Lipo”. Tuvimos valor y le dijimos a mi mamá: “si un día te pega más duro, andá con Chus” -Manuel se llamaba mi tío, pero nosotras le decíamos Chus- “andá con Chus y nosotras sabremos que para allá te fuiste”.

Un día nos fuimos de viaje y en el camino llegó nuestra hermanita y dijo: “ya no entren con Benito porque mamá ya salió, se fue a Varituc; ahora entremos con Lipo”. Entramos, dejamos nuestros canastos y nuestro tío dijo: “su mamá se fue, huyó porque le pegaron con el bolillo de la piedra de moler y ella también le dio con el bolillo al hombre; agarró al nene y se fue”. Entonces lo que hicimos fue ir a hablar al hombre, le dijimos que entregara a nuestra mamá, aunque ya sabíamos en dónde estaba. Las dos hermanas grandes dijimos: “¿y nuestra mamá?”. Y él nos dijo: “¿ustedes por qué no entraron aquí?”. Le respondimos que nosotras no preguntábamos si entramos nosotras, sino que nosotras queríamos a nuestra mamá. Mi hermana Julia les dijo a los varones: “¿ustedes saben a dónde se fue nuestra mamá?”; uno quería pegarnos pero le dijimos: “¡Hacélo! A ver a donde llegamos con usted”, y nos fuimos. Llegamos con Lipo a dormir. El hombre paseaba de noche, llegó y dijo: “Chabela, ¿por qué la esconden de mí?”. “Entre pues”, le dijeron, empujó la puerta, nosotras cuatro estábamos escondidas en los ponchos. “La esconden de mí, ¿verdad?”, dijo y después se fue. Nos dormimos, amaneció, nos levantamos, nos fuimos a la casa a traer la piedra con ellos y a los pocos días llegó mi tío Chus, traía a nuestra mamá, llamamos a la autoridad y aclararon todo con el señor; fuimos a traer nuestros trastos, así se arregló, pero el hombre dijo que iba a matar a mi mamá con su escopeta cuando la mirara, hasta la iba a buscar, pero mi mamá no se enseñó. Poco a poco ese hombre se fue enfermando de tanto chupar y ya no le pudo hacer nada. Así fue como los apartamos, escondiendo casi un año a mi mamá para sacarla de ahí.

En ese tiempo yo me enojé con ella, ahora pienso que es duro ser viuda porque el trabajo de afuera como sembrar milpa, cortar palo, hacer leña, es para los hombres, uno no puede hacer mucho solo; si está tirado el palo, uno lo corta, pero ya así troceado, ya agarrando uno el día entero para hacer leña, o pongamos sembrar milpa en terreno grande, no puede, cuesta mucho y si pagas mozo, no lo hace como quiere uno, por eso es que se debe haber afl igido mi mamá, hay que criar a los hijos y ellos no obedecen a una mamá.

Sólo un cuerpo se formó,y no se puede tratar como a un perro

Yo tuve novio hasta que tuve como dieciocho o diecinueve años, tuve tres pero de uno no me cayeron bien las pláticas que tenía, por eso lo dejé, no lo acepté y luego también se murió por el guaro; el otro se murió para los terremotos, quedó enterrado abajo de la casa. Hasta con el tercero, que es con el que estoy casada, acepté, pero era delicado, desde que lo vi ya chupaba mucho; algunos me dijeron: “así es, eso lo va dejar a los siete años”. Me comprometí, pero hasta la fecha todavía está tomando. Después de que me casé, se quedaron mis tres hermanas con el negocio que hicieron ellas y al poco tiempo se casó mi otra hermana. Nos casamos las cuatro, sólo nuestro hermano se quedó con nuestra mamá.

De chiquita me enseñaron a que limpiara mi ropa y a que me aseara, pero no a mantener a los hijos, ni cómo se alimentan, eso no me lo explicaron en la casa de mi mamá, que por la necesidad no paraba, día a día se iba al trabajo, al negocio y sólo en eso pensaba; ella creció a sus hijos, saber cómo. Ahora pienso yo que es un fracaso para una muchacha si se casa sin saber nada, porque es difícil aprender conforme vienen los hijos, el hombre te dice que hay que limpiarlos, se miran feos si no los bañas, si no los peinás. El hombre te obliga y uno también así se va acostumbrando, o hay otros hombres que no te dicen nada de los hijos y ahí andan los niños con su moco en la cara, tos en la calle, uno no se preocupa por eso. Pienso que una regañada es un provecho para uno, pero a la vez no, a veces es justo y a veces no, pero como uno no sabe cómo es reclamar su derecho, no dice nada, todo está conforme ahí, aunque te obliguen.

A pesar de los problemas, nunca pensé en dejar a mi marido. Cuando estábamos solos y cuando crecieron los hijos, peleábamos mucho, pero yo ya sabía que él tomaba antes de casarse conmigo, mi mamá lo había visto. Antes, cuando venían los hombres a la costa y llevaban maíz, él se quedaba en la carretera y como tenía caballo, acarreaba el maíz de los señores que llegaban y los hombres le daban guaro, por eso es que mi mamá me dijo: “cuando a veces el jueves te venís al pueblo, ese hombre está tirado en el camino”. Eso me dijo y me preguntó: “¿qué decís vos, te casas con ese muchacho? Si es así no quiero que te vengas a quejar conmigo si te hace algo, no quiero oír esas cosas porque vos tenés cara”. Todo eso lo aguanté, nunca, nunca, decidí apartarme, ya me lo había dicho mi mamá desde que me vio que me estaba enamorando del muchacho: “eso pénsalo bien, ese muchacho cómo chupa, ¿no miras qué hace pues? Y, ¡necia! Te vas a casar”. Como ya teníaveintidós años, me casé y le dije: “Tal vez lo va a dejar”, por eso me cae mal haber sido tan bruta, como que uno no usa su cabeza para pensar, uno sólo se casa sin saber qué viene adelante, si no tiene para comer o para ganar sus cosas.

Ya después tampoco me pude separar, como ya estaba advertida y acepté, mi mamá me regañaba, decía: “no es tan fácil decir, vos recibiste el casamiento en la cruz, te comprometiste. Te lleva el hombre al barranco y si te va bien es porque a eso te comprometiste. Es un pecado delante de Dios si te apartas del hombre, fue con tu cabeza que te fuiste con él. Si él toma trago y está de goma, no lo abandones, hácele atol, no dejes que se vaya a morir y fácil te quedas viuda”. Y la verdad a cada quien conforme le toca, las patojas ahora ya no son como nosotros antes, ahora primero piden a uno estudio y, tan claro todo, no tienen miedo de apartarse de ellos, no tienen miedo de tirar palabras. En cambio yo antes no… sólo a veces le decía cosas cuando chupaba, pero la verdad es que me casé enamorada. En ese tiempo me gustó ese hombre, lo vi chulo, me cayó en la sangre, le vi bueno y me decidí, no pensé que iba a sufrir hasta cuando llegué a ese extremo.Ya llevamos juntos más de cuarenta años, ahora tengo sesenta y dos, ya estoy por sesenta y tres y él es nueve meses menor que yo. A veces me enojo con él, pero luego me llega sentimiento o me preocupa, le tengo lástima, así como dicen, sólo un cuerpo se formó y no se puede tratar como un perro.

Cuando me pidieron, me quedé siete meses en la casa, después él se presentó como es la costumbre y me dejaron unos días nomás para el casamiento, eso con pobreza de verdad, con fríjol volteado y queso me fueron a pedir, no con oro. En el tiempo en que me casé, el padrino te daba tu vestido y al hombre le daban su chaqueta y sombrero, eso lo devolvías después del casamiento, lo dejabas en la casa el padrino; ya cuando venías a la casa del hombre, ya estabas cambiada con tu ropa. Ese día me puse güipil atrás y velo: se usaba un güipil del cuerpo y un güipil en el que se sacaba la mano adentro; también la madrina iba a la misa con güipil de atrás. Así era la costumbre en Comalapa, no se utilizaba suéter ni perraje6 y, por ejemplo, si uno tenía bebé, en el güipil que va encima, ahí se enrollaba el bebé, o si entraba a la iglesia, siempre tenía que entrar con la cabeza tapada.

Me casé un 22 de mayo en Sacalá. El viernes por lo civil y el sábado en la iglesia; ahí sí fue con fi esta porque mi esposo era el último hijo de mis fi nados suegros y ya eran viejitos; quisieron hacer alegría con violín y se echaron la bailada última. Fue alegre ese rato, estaba amontonada la gente, pero al otro día peor, el hombre se emboló y ahí vinieron los reclamos, los maltratos, todo comenzó por los celos desde el primer día.

Tenés que aguantar

Siete años viví con mis suegros porque mi marido era el chip7 y ellos eran ancianitos. Mi suegra era sorda y apenas hacía sus cosas, mi suegro ya sólo dos años miró con sus ojos, después quedó ciego, así que no se podían quedar solitos, había que cuidarlos y ellos dijeron que nos quedáramos: “qué hacemos, quién por nosotros”. Yo a ellos le serví, les hice atol, les alcanzaba agua o les ponía en la taza cualquier cosa que ellos querían; mi hija mayor los llevaba afuera o a la letrina, era pequeña, pero ayudaba. En esa casa tuvimos sufrimientos, son delicados los ancianos, ya no es lo que uno quiere sino que ellos quieren una y otra cosa, por eso uno a veces se arrepiente como nuera, piensa que no llegará a esa edad hasta que uno siente también ese sufrimiento.Mi esposo dijo: “mejor nos apartamos”, pero mi suegro nos dijo que no: “¿quién los va a corretear a ustedes? Ninguno. Ustedes se quedan aquí hasta que nos muramos”, por eso le aguantamos todo. Primero la mujer se murió, después se murió él y nos quedamos solos. A veces dicen que es mejor te cases con un mayor, ese aunque no quiera se aparta, pero si te casas con un chip, tenés que aguantar hasta que se entierra a los papás.

Ya cuando estaba casada, pasé un año de enfermedad; me fui dos veces al hospital de La Antigua para tener un bebé. Yo había tenido dos abortos antes y por tener otro bebé me vino la hinchazón. Mi marido se metió en deudas para curarme y no pudimos pagar después, por eso en junio fuimos siete semanas a hacer al corte algodón a la costa y como allá hay mucho calor y sudé mucho, se bajó toda la hinchazón que tenía por mis fracasos. Hasta el cuarto embarazo vivió el bebé, pero nació desnutrido: me dieron purgante cuando estaba esperando y el patojito nació chupado, sólo nueve meses tardó y se murió. Tal vez perdí esos niños también porque mi marido me pegaba y me maltrataba cuando chupaba; era puro fuego atrás de uno cuando estaba bolo, pero cuando le decías y estaba sano, decía que le disculparas porque él no había sentido, así contestaba.

Uno siente dolor todo el tiempo, el hombre o la gente te dice cuando perdés un bebé que no tenés nada adentro y da pena cuando uno viene esperando otra vez, porque los niños son los que sufren. Yo digo que puede ser por eso que hasta la fecha nuestros hijos son muy nerviosos.

Somos diferentes pero todos nos encontramos

Era el 75 cuando murió mi suegra, un año antes había muerto mi suegro y yo ya tenía tres hijas; un año después fue el terremoto en el que se destruyó nuestra casa. Nos quedamos de brazos cruzados porque hacía unos cinco o seis meses que habíamos terminado de hacer una gran casa de adobe que se fue hacia atrás y afuera también se cayeron dos casas. En ese momento en que murieron las personas fue cuando tuve el valor de irme a las reuniones, porque cuando murieron mis suegros quedé triste. Sentía que había cosas que me hacían falta pero una concuña me dijo: “vamos a la reunión con Lipa, ahí dan alimento para niños, dan polenta, aceite o incaparina; ahí no lloras más. Baña a los niños y vámonos, así olvidas tu tristeza”. Antes no iba a ningún lado, por eso les digo a mis nietos: “están bien en la escuela, ya tienen participación, así me hubiera gustado ser a mí”, yo nunca participé, ni de señorita ni cuando me casé, nada, hasta cuando murieron ellos, poco a poco salí de la casa.

Además, con los celos de mi esposo ya no le podía hablar a nadie, ya no podía salir solita, él pensaba que salía e iba a hablar con otro hombre pero no. Gracias a Dios en ese tiempo yo también, por varias reuniones, me había valorizado, me habían dado fuerza y se me quitó eso que sentía de que se reían atrás de mí; poco a poco agarré el valor para defenderme un poco de él también. Ya podía reclamar un poco las cosas que no deberían ser así. Aunque me maltratara, yo al otro día le decía que no servía hacer así, que por qué me había buscado y por qué estaba en su casa, que por qué no miró que tengo defectos y hasta ahora reclamaba. Ya sentía que le decía unas palabras, no como primero, puro gato agachado adelante del chucho; la otra cosa que me dio valor fueron mis hijos.

Cuando yo empecé y llegué la primera vez no dije nada, tenía mucha vergüenza, no hablaba, decía “buenos días” a veces, pero el que nos capacitó dijo que tan siquiera nuestro nombre dijéramos o “buenos días”. Después hicimos una exposición de tejido y nos enseñaron a hacer comida en un frasco hervido para que no se descompusiera; lo presentamos en el campo y poco a poco me fueron saliendo algunas palabras, y así seguí sin pena. Las organizaciones de mujeres que estaban en ese tiempo trabajaban con niños, después del terremoto de repente un día dijeron que había explotación de los campesinos en las fincas, que porqué no se reclamaba eso, que no trataban bien a sus mozos. Cuando uno se iba a la costa era bien matado y no había alimentación como debe ser, le daban a uno lo que era sobra para ellos y sufríamos. Poquito a poquito salieron las pláticas y se comenzó una organización para luchar en contra del desprecio que le tienen al campesino; fue cuando los compañeros organizaron la seguridad para luchar y nosotras también participamos en las reuniones. Mi esposo participó también; los que venían eran unos señores que juntaban a la gente para platicar cómo se iba a hacer, pero primero vino la violencia, porque el plan no salió bien, unas gentes se fueron a la mierda y murieron, sólo los cuques se salvaron cuando terminó todo, los compañeros no pudieron.

En todo este tiempo mi marido no ha podido dejar de chupar; ya entró dos veces a alcohólicos anónimos pero saber por qué no puede, no cumple con las reuniones y siente que como que lo ofenden cuando alguien da su testimonio ahí y es igual a lo que pasa él. Antes de la violencia lo acompañé a esas reuniones y aguantó como tres años sin tomar; estuvimos tranquilos así: uno se va al mercado, o sale de la casa, el marido se va a trabajar y el corazón de uno siente que viene tranquilo, sano, ya no se tiene miedo de hablarle. Pero por la violencia como que se sembró más el guaro pues ya no había con qué se defendiera la gente más que con guaro, de ahí que mandaban afrecho8 a otro lado para que entre ellos lo cocieran, o si no, era chicha9 lo que tomaban.

Cuando comenzó la violencia, mi esposo se había ido a la costa, había llevado al patojo que recibí en mi casa, chiquito todavía, al corte de algodón.Yo me quedé con mis tres hijas Ni cinco años habían pasado del terremoto ni había prosperado nada cuando vino la violencia. En ese tiempo mi hermano pequeño tenía como dice ocatorce años.

Los soldados llegaron pidiendo a los maridos. Muchos hombres habían ido a la costa en el tiempo del corte algodón, pero ellos creían que no estaban en la comunidad porque eran guerrilleros. Después, cuando supieron que se habían ido a la costa, atajaban a los hombres en el camino y como no les había tocado registro por no estar en la comunidad cuando entraron más soldados, ya no les creían que iban a la costa porque ya no había salida ni entrada en los caminos. Algunos decían que éramos guerrilleros. Habíamos participado hombres y mujeres en las reuniones que hicieron los líderes en ese tiempo, allí hablábamos de por qué dejábamos que nos humillaran todo el tiempo; los líderes nos dijeron: “tienen que despertar, tenemos que luchar, organizarnos para buscar cómo vivir mejor, para dejar nuestros hijos a la luz”, así nos dijeron, saber dónde iban a recibir pláticas para organizar a la gente de la comunidad, tampoco sabemos por qué nos dijeron esas cosas, pero fue lo que nos dio fuerza para que, en los ochenta, cuando el ejército empezó a agarrar y a llevarse también a los muchachos, media vez que estaban un poco grandes, a reclutarlos para que prestaran servicio, entonces como comunidad exigimos que ya no se los llevaran y que entregaran a los que ya se habían ido, porque eso tiene que ser voluntario. También fuimos a exigir los útiles de los niños en la escuela. Si no fuera por esa lucha, no nos hubieran hecho caso; ahí nos dimos cuenta de que somos diferentes pero todos nos encontramos, es un exigir hasta hacer. Poco a poco ya no agarraron, sólo había veces, el domingo, que agarraban en el pueblo.

Y a la mierda, otra vez al monte…

Ya cuando vino más la violencia, mi marido regresó porque oyó que estaba delicado donde estábamos. Se acordó de nosotros y volvió a ver cómo nos iba a defender. Vaya que pudo entrar todavía, algunos ya no pudieron, sólo llamaron a sus mujeres y ellas buscaron la manera de salir para encontrarse con sus esposos. Nosotros pensábamos que si uno había participado en las reuniones sabía por quién morir, en cambio si uno no había participado, ni sabía por qué murió. Entonces, como los hombres estaban organizados, en ese tiempo había como defender; ya les habían aconsejado cómo hacer para salir, les dieron seña, patrullaron también para mirar cuándo los soldados entraban, para defender sus hijos, sus mujeres, así hicieron en ese tiempo, había organización.

Por un tiempo con las mujeres no hubo tanto problema si salían, pero si encontraban hombre era guerrillero, por eso ellos se huyeron cuando oyeron que entraron los soldados. Aunque estaban cerquita, en la loma a la par de donde vivimos, las mujeres no nos animábamos a salir. ¿Qué hacíamos con los hijos ahí? Ellos lloraban. ¿A dónde iba uno? Por eso pensábamos: “mejor no voy a salir, si me matan, me matan con mis hijos”, y como a los soldados les dio coraje que no encontraron a ningún hombre, incluyeron a las mujeres y nos tocó la violación sexual. Los líderes de la organización ya se habían ido, eran la misma gente de la comunidad y se fueron a vivir al pueblo porque los ejércitos sabían que estaban organizados y los iban a ir a buscar primero.

De todos modos el ejército mató a hombres y mujeres; la primera vez que esto pasó fue cuando entró en febrero del 81: encerró y mató hombres, los dejó tirados a la orilla del camino y mandó un camión a juntar a los muertos. Esas personas fueron las que se enterraron en Chibacalá. En ese mismo año me agarraron del cuello del güipil y me violaron cuando fui con mi mamá a Pachay. Me metieron en la casa de mi mamá, yo había llevado al bebé, los otros tres se habían quedado con su papá en la casa. Un tanto fue con mi mamá y otro tanto fue en mi casa en Sacalá cuando no estaba mi marido: el 3 de mayo me agarraron a punta de arma y como uno quiere vivir, no puede hacer nada, más que yo estaba embarazada de siete meses y tenía a mi hija de tres años agarrada de la mano; la cargué para que no me hicieran nada y le metí mi chiche adentro, ella con miedo agarró su chiche y ya no mamaba, pero no respetaron eso. Las grandecitas se dieron cuenta cuando me violaron adentro de nuestra casa, estaban afuera con mi concuño que ya era ancianito, urdiendo la tela para que no nos hicieran nada; quemaron mi casa, tuve que huir a la montaña y también se me murió mi bebé, abajo de un jocote dejé enterrado a mi varón que nació muerto por culpa de la violación y a la mierda, otra vez al monte.

Uno como que ya no tenía su cuerpo, como al aire estaba

Después de que pasó todo eso, nos quedamos parados como las fotos; los animales, la casa, todo se nos terminó, se nos arruinó la vida. Lo que me hicieron fue un abuso, ya no sentía nada. Cuando se fueron, me puse a pensar: “¿qué me pasó? ¿Qué hice si tengo esposo? Como que viene un calor y me agarra, se me ponen nublados mis ojos y como si fuera a sudar, pienso que mejor me hubiera muerto.

Regresé a Sacalá con pena, sentía que habían visto lo que me había pasado. A muchas nos hicieron así, nos encerraron en el camino de Chimaltenangoen un camión y ahí nos violaron, aunque ellas no lo quieren descubrir. Una señora me contó que encontró un convoy de ejército allá al plan, ellos vieron que era de Sacalá, de las lomas, y la agarraron, la metieron en lona del camión y a su hijo lo bajaron, la taparon con lona y la violaron. Yo, por traer leña, también me encontré con eso. También agarraron a un montón de patojitas, las llevaron a la iglesia, las violaron y al padre lo agarraron a patadas; muchas murieron.

Fue muy difícil lo que pasamos, no fue de voluntad, tuvimos que dejarnos o si no nos disparaban, lo degollaban o lo torturaban a uno; eso es lo que daba mucho miedo. En ese tiempo dijeron que era mejor huir, uno se moría de una vez con un disparo y no así, que lo agarraban vivo a uno y le hacían como a los ejércitos les daba la gana porque no sentían lo que hacían. Muchas veces así pasó:a los hombres les sacaron sus ojos, sus lenguas, hasta hubo algunos a los que caparon. Por eso, para que no le pasara a uno, no decía nada, en ese rato ya no sentía ni les miraba sus caras; peor los que llegaron y me violaron, esos traían gorra negra, no se veía si eran muchachos o conocidos. ¿Cómo puede salir uno si no hay a dónde ir? Ese día sólo esperaba el momento de morir, no pude pensar dónde estaban mis hijos, qué hora era o dónde estaba mi esposo.

Se quedaba uno como desmayado cuando venían los ejércitos y entraban en Varituc, entraban en Pachay, en Paquixic; venían al cementerio y uno como que ya no tenía su cuerpo, como al aire estaba uno, como que se le rajaba el pecho porque les tenía miedo. Hasta la fecha a mí no me gusta ver a los hombres verdes que pasan por ahí, por lo que hicieron.

Después de la violencia hicieron reunión con la gente, pero a mí nada me gustaba ver sus caras ahí. ¿Qué pensarían ellos en ese tiempo cuando hicieron así? Yo les culpo por el color de la ropa, ellos nos estaban haciendo como niños, a los que un rato maltratas y otro rato los contemplas, decían que ellos no eran los culpables, que fueron mandados.Pienso que de todas formas les dieron mando de vigilar las aldeas, pero no quería decir que cuando llegaran agarraran parejo a mujeres, niños y hombres que no sabían o que no tenían que ver con esos problemas; eso es lo que tiene en la mente la gente ahora cuando saben que uno va ir a una manifestación o a reclamar una cosa, la gente no quiere oír de eso porque a causa de reclamar cosas es que vino la violencia, ahora que subieron los precios, la gente no quiere reclamar, piensan que por decir que todo subió van a venir las armas detrás de nosotros.

Algunos dicen también:“fue culpa de los líderes que hablaron, por eso es que vino la violencia y se murieron nuestros esposos”. Yo creo, pues, que tal vez hicieron ellos una cosa buena pero les salió mal, no lo sabía todo el pueblo, toda la gente no sabía qué era lo que pasaba, por eso los culpan. Yo digo que no llevaron bien ese tiempo porque solitos no eran muchos, se enfrentaron y no pudieron. No querían que nos organizáramos para tener fuerza, por eso mataron a los indígenas; los indígenas tienen cabeza propia, no sólo los que están sentados en las ofi cinas; los indígenas, saben, piensan. Lo que pasó es que se sentaron muy temprano, por eso no pudieron. La plática que dieron era de verdad, es cierto que vino la discriminación, pero ellos eran poquitos.

Corazón grande quieren

Después de la violencia, mi hermano buscó, se casó y con él murió mi mamá hace como seis años. Cuando nos repartieron un pedacito de tierra que ella consiguió, no dijimos: “no se va a quedar ahí nuestro hermano”, o “a él no le toca porque igual es nuestra mamá”. Lo sentimos puro nuestro hermano, con él murió nuestra mamá, él la enterró, estuvo para arriba y para abajo con eso; aunque nosotras queríamos mucho a nuestra mamá no pudimos apoyarla, no teníamos dinero. Gracias a Dios él encontró trabajo en una cooperativa y por años trabajó ahí; mi mamá no sufrió, no le hizo falta gasto, medicina o mantenimiento, él le daba medicinas y vitaminas para que bajara un poco la enfermedad, por eso nosotras lo dejamos a él donde fue la casa de mi papá.

Mi esposo también se quedó enfermo por la violencia: se le olvida lo que uno le ha dicho y al rato te pregunta otra vez o dice que no has dicho nada; saber cómo está su cabeza, ya no está normal, a ratos está muy aburrido o se alteran mucho sus nervios, le duelen los pulmones, a veces le caen bien las cosas que come y a veces no. Lo que pasa es que el alcohol nunca lo deja, sólo con eso se contenta, dice que está triste y desesperado, su oído está muerto pues en la guerra le explotó el tímpano, y también dice: “ustedes ya no me toman en cuenta a mí… como que ya no sirvo, sólo platican entre ustedes, en cambio yo, aunque esté ahí, no oigo nada. Para qué me sirve estar ahí”. Entonces le digo yo que está enfermo y que todavía toma, que se está matando. Le hicimos que comprara a la fuerza un aparato que ya ni funciona de tantos somatones por andar bolo y no hace caso. Dice: “yo por eso mejor voy a chupar, a ver dónde me quedo muerto. Ya se sabe eso, yo ya no sirvo”, entonces no se puede hacer nada.

En mi familia pensábamos cómo le íbamos a hacer para levantarnos de nuevo. Si mi esposo se quedó sin azadón, sin machete, sin tierra, sin siquiera un poquito de maíz, ¿con qué íbamos a levantar otra vez? Empezamos a hacer trámites en empresas, cancelamos en un lado, tocamos en otro para comprar abono y que mi marido recuperara su material; ganaba poquito: 30 quetzales, 25 quetzales, un día tenía trabajo, un día no. Qué le iba a alcanzar para dar estudio a sus hijos, para su gasto, para comprar maíz y ropa, por eso es que pensó en darles sus estudios sólo para comenzar cuando eran pequeños. Así fue con mis tres hijas. Una me dijo: “yo ya no voy en la escuela, mejor me voy con usted a Comalapa a vender cosas”; mi otra hija dijo: “es mejor que me vaya a trabajar porque si no, no comemos nada, mejor ya no estudiamos”; y la otra dijo: “mejor voy a tejer para ganar mi pisto, yo no voy a la escuela”. La verdad es que a ninguna de las patojas le di sus estudios pero con mi muchacho sí luché y así a la pura fuerza lo metimos hasta que salió de sexto; en básicos tuvimos que pagar cuarto porque se vino a vivir al pueblo: pagábamos la luz del instituto y mes con mes pagábamos cinco quetzales de estudio, dábamos dinero para el aniversario del 15 de septiembre y él quería sus cosas.

Antes mi esposo participaba como directivo espiritual de la Iglesia y era miembro del Comité de la Iglesia, al que antes le decían Comité de Desarrollo, pero como ya no puede oír, no va. Yo seguí participando y la vez pasada, junto con otras tres mujeres, nos quedamos en COCODE, pero las mujeres que tienen niños son un lío. El encargado llegó ahí a organizar a la gente a cada paraje, la comunidad tiene cuatro parajes y tienen que existir cuatro directivos de la aldea, así se organizó; algunos se comprometieron y no cumplieron, pero yo sí estoy yendo a la iglesia y a la reunión, que empieza hasta las ocho de la noche, va saliendo uno a las diez, diez y media de la noche.

Yo luché casi nueve meses con ellos en el COCODE de Patzún, pero como sólo llegaban uno o dos de cada paraje y la gente no apoyaba, no aportaba, el mero cabecilla se enojó y se alejó. Se buscó su relevo, se reorganizó el COCODE y quedaron cinco de cada paraje. Ahí me zafé, era la única mujer y no tenía capacidad de pasear de noche: hay frío y cuando llueve ya no es normal que salga uno debajo del agua. Mejor organicé para pedir la reparación del camino en COVIAL. Metimos solicitud, la aprobaron y fueron poniendo kilómetro por kilómetro y limpiando el camino para el agua; ahí hay una zanjita que yo abrí a un lado del caminito, desde el terremoto había un derrumbe que llenó ese plan y mucha gente se quedó enterrada ahí, por eso la tierra,como es arenosa, se abre con el agua, con tanta lluvia se lleva la tierra y tapa la carretera, por eso fue necesario comenzar un trabajo con perchadas de piedra y malla adentro, tablón por tablón. Se unieron Paquixic y Sacalá para que hubiera fuerzas e ir juntos a la reunión a San Martín y Comalapa.

Así, poco a poco hemos hecho y también hemos participado en FOGUAVI. La casa en la que vivimos ahora ya es nuestra; aunque no es tan fácil que la gente acepte que uno entre en comité y hablan mucho, corazón grande quieren, si uno tiene un corazón pequeñito, te morís con cólera, ahí uno aguanta lo peor que te tira la gente. Yo pienso que de todas formas uno tiene que participar. Estuve cuando hicieron la primera exhumación, cuando las viudas pusieron la denuncia, porque aunque no fuera viuda, a todos nos afectó, se quemó mi casa, se me murió un mi bebé y fui violada también. En ese tiempo, cuando vino la licenciada a hacer entrevista, no pude denunciar la violación, pensaba que no era normal. Tanto que se oye que tienen papel las mujeres, pero a uno eso le nace de su corazón, de su pensamiento, no tener miedo a pedir justicia, porque eso implica que usted tenga que hablar recio y lo recio quiere decir que su familia, su esposo lo sepa. Qué modo, si yo nunca se lo he dicho a él, si le digo, dios me guarde.

En esa exhumación, sacaron a los de Chibacalá; los familiares los conocieron por sus ropas, por sus caites10: había unos que llevaban sus espejitos todavía, unos llevaban sus fi chitas en la bolsa de la camisa, había un muchacho que se cayó en el terremoto y en el hospital le pusieron un hierro y así lo reconoció su esposa. De ahí los llevaron a Guatemala por meses; cuando vinieron ya hasta con cajita estaban y los vinieron a dejar ahí al cementerio. En una tumba grande se quedaron todos, les hicieron un monumento con una leyenda con la historia de lo que pasó y ahora, para cuando es día de los santos, viene toda la familia; se mantienen atrás de esa tumba, todas las mujeres y las mamás vienen a visitar, encienden sus candelas y traen flores.

Yo soy católica y pienso que uno tiene que hacer servicio, hay sacrifi cios que se tienen que hacer para sentir que en verdad está haciendo un buen trabajo, si uno sólo se va a sentar o no cumplís con tu deber, por gusto te fuiste. Por eso es que en la iglesia de la aldea hice un año mi servicio; lo que hacía es que un día temprano, a las cinco de la mañana, me iba a Paquixic a traer mis flores y al otro día, a las cinco de la mañana, me iba a cambiar flores y a hacer la limpieza en la iglesia. Ese año estuve bien, cuando me salí, me enfermé, y uno cuando se queda en su casa, piensa y siente que no aguanta, que no puede; cuando está bien, hasta logra un centavo por ahí y no siente su enfermedad; por eso cuando pasamos por el camino y miramos que hay plática y que la gente está amontonada, nos metemos aunque lleguemos tarde a la casa.

Igual en esta organización. Con ustedes empecé a participar porque conozco a doña Pascuala y nos llevamos bien desde que estábamos en la directiva para solicitar las casas. Estuvimos dando vueltas en el camino juntas, salió la plática y me dijo: “apúntate ahí en esa reunión, talvez haya una cosa o una plática que te van a dar para que te olvides de eso de la violación, así están diciendo”. De ahí una vez se fue ella delante de mí a la reunión, me dijo: “ahora te vas sola porque yo no voy. Yo soy una líder, sólo te fui entregar”, y de repente encontró ella a la Germana, a la que también así le había pasado.

Yo he sembrado plantas, estudié con plantas medicinales un tiempo, y conmigo llega gente, mi familia y vecinos a pedir. Yo les pregunto para qué lo quieren y ellos me dicen, entonces les digo: “esto es para eso”, o les doy otra clase de lo que yo sé; esa capacitación la recibí hace unos diez años en CONAVIGUA, cuando llegó Menchú a Chimaltenango y también en una asociación, APROSA. Me apunté con un grupo de viudas porque tengo mi huerto; participé unos días ahí con las comadronas y todo. Cultivo esas hierbas mata por mata, las siembro, no las compro; me curo, curo a la gente y hago remedios.

Así como estoy ahora, voy al mercado y vengo o quiero hacer eso, no digo nada a nadie y las mujeres no hablan de mí en la comunidad, pero prefi ero no tener amigas, no quiero problemas. Antes mis vecinos eran malos, regañaban por un pollo o por cualquier cosa, pero entraron en la renovación, ahora son buenos y yo tampoco los molesto, cuando los encuentro les digo adiós. Voy con mis compañeros a la reunión de la renovación; ahí no hay enemigos, nos dicen que todos tenemos necesidades, ninguno está por gusto, así como siento yo que hay cosas que me hacen falta, así sienten ellos también. Con mis hermanos todavía hablo por teléfono o cuando nos encontramos en el mercado, pero sólo les cuento a mis hijos cuando tengo problemas, ellos me preguntan cómo están las cosas, no habló con las demás personas porque me da vergüenza.

Nunca los dejo solos

Ahora mis hijas no participan, no les parece y no hay tiempo. Como tienen sus hijos, me dicen: “como vos ya no tenés nenes, entonces tenés tiempo”. La patoja que está conmigo me dice: “como a vos te gusta mucho salir, vete”, y el varón me decía: “si vos, mamá, te sentís que podés, entonces vete. Ahora, si ya no, no te vayas, es peligroso con los carros o con cualquier cosa que pasa en el camino. Como vas solita y no hay quien se vaya contigo, nosotros no nos responsabilizamos”. Ya cuando estuvo un poco grande, se juntó y tuvo tres bebés; hasta ese momento me dijo que sintió lo que me hicieron en la violencia. Cuando estaba soltero no se animaba a preguntarme aunque lo vio, así como cuando me pasó con mi mamá y ella también lo vio, él me dijo: “sí mamá, yo me asusté cuando miré que te tiraron al suelo”.

Ese hijo mío se fue a los Estados Unidos. Es muy difícil, aunque no soy su mamá, pero lo siento como si fuera puro mío y él igual a mí; él está triste pero no nos va a abandonar, se sacrifi ca por sus nenas. Se fue a trabajar allá para ganar más; a veces llama por teléfono, un día habla con una y hasta los días habla con otra, por eso se han enfermado, están acostumbradas a él. Cuando él estaba aquí, su suegro le prestó una moto y trabajó en una carpintería en la aldea; cuando se fue dejó a mi nuera conmigo, ella se fue un mes a acompañar a su hermana a la que habían operado, pero es normal que las nueras vivan con uno, así se usa. Puede ser que ella sea muy dejada, no le gusta cómo hacemos las cosas en la casa o a nosotros no nos gusta lo que hace ella, pero la aguantamos porque es una persona que llegó a nuestra casa y no puedo empezar a maltratarla, es como mi hija. Igual le dije a mi hijo: “te tenés que conformar. Tenías los ojos abiertos cuando la enamoraste, nadie te la ofreció para que le hagas cosas ahora, no es como haces a tu hermana que vos cuando te enojas tiras palabras y ella aguanta, una mujer no aguanta”. Pero la verdad es que cuando él se fue, yo me enojé un poco con ella; como toda la familia de ella se ha ido a los Estados, le dije: “¿por qué lo dejo que se fuera? Ustedes tienen amor del pisto. ¿Acaso no recuerdan a sus nenas?”. Eso le dije porque no quería que se fuera.

Con mis hijas he sufrido también. Ellas son tres, una está conmigo y dos ya se casaron; una sufrió hasta que se decidió a apartarse del hombre, que le pegaba por consejo de su mamá, y cuando empezó el pleito la mamá le pegó también, le rompió todo el güipil; mi hija es chaparrita y su suegra cree que su hijo merece otra. La mantenía encerrada y no quería que contara el sufrimiento que estaba pasando.Cuando uno es recién casada, no piensa que va asufrir tanto, pero media vez que se casó, tiene que usar la cabeza para que salgan bien las cosas, aunque sea delicado, si no, toda la vida hay líos adentro.

A mi primera hija la pidieron y se casó, vive con su marido.Agarró el tejido y se ha metido a trabajar haciendo las refacciones de los niños en la escuela; el marido gana también sus centavos, así poco a poco se compraron un pedazo de terreno. Ese marido de mi hija es bueno, su mamá es mudita y él fue un niño sin papá porque engañaron a su mamá. Mi hija y su esposo trabajan juntos, se van a limpiar milpa o mi terreno; lo difícil es que ya tienen nueve niños y no pueden darles estudio. Uno de sus hijos está conmigo y es responsable, está estudiando en básicos. Poco a poco la hija que vive conmigo y yo, pudimos darle estudio hasta que tuvo su título de maestro.

Yo llego con mis hijas, ellas vienen a verme o voy a verlas. Cundo tienen hijos, así como mi mamá nunca me dejó sola con mis hijos, que fueron once, y siempre llegaba aunque estuviera lejos, lo mismo les digo yo a mis hijas: “cuando sientan algo de molestias, díganme, no cuando ya se estén muriendo”. Yo les hago la primera lavada, después me vengo a la casa.

La otra hija, que está conmigo, está sola. Tiene treinta y dos años, no es como sus hermanos que uno se fue de dieciséis años, otro de diecisiete y de veinte la que más. ¿Por qué no se fue? Sólo ella lo sabe, ninguna vez oí que tuviera novio, sólo una de sus hermanas le ha visto a un novio, aunque solamente se hablaron un día porque ella no se animaba a salir, no tiene curiosidad de buscar marido, ni quiere venir al pueblo.

Ella ha tenido toda la vida una enfermedad de dolor de cabeza y algunos hermanos me dicen que eso es porque es pecado que no se casó, que por eso se muere uno, pero yo no lo creo. Una vez la traje con un promotor de salud aquí enfrente del Calvario para que viera por qué tenía dolor de cabeza y de ojo; ese señor la examinó toda ahí enfrente de mí, pero se me hace que había tomado y le dijo: “usted no ha encontrado marido, por eso se hace así su cabeza”, y después me dijo a mí: “su hija quiere hombre, por eso le aparece esa enfermedad. ¡Pedí favor a un viudo!”. ¡Ay! Hasta la fecha eso no se le sale de su cabeza a mi hija, ella dice: “¡Mejor me muero y no voy a pedir remedio y a que me digan esas palabras! Ese señor me da asco”, por eso ahora ya ni con la enfermera quiere ir y no pide remedio cuando le duele alguna cosa. Pienso que cuando yo me muera dónde se quedará, quién por ella. Aunque ya tiene su pedazo, ya tiene su cafetal, pero está solita.

Yo trato de hablar y de consolar a mi hija y ella se enoja; por eso lo que hago yo es platicarle a mi nieto, el hijo de mi otra hija que vive con nosotros; cuando se va a trabajar conmigo le digo que su tía es como su mamá, ella lo mantuvo, hizo el gasto de los estudios y por eso es que hay que aprender a trabajar, a sembrar la milpa: “así no aguantas hambre. No hay que tener pereza como algunas personas, hay que aprender a hacer de todo para ganar pisto, aunque sea 20 quetzales, 25 y aprender a no malgastarlo. Si uno aprende no agarra de engañar o robar, eso no sirve. No permita dios que vos hagas eso y si te portas bien, vas a cuidar a tu tía, el terreno de ella te queda a vos y tenés que hacerle bien porque ella sufrió. Desde que tenías un año y medio te veniste con ella, es tu mamá, te cambió, te limpió, te bañó, eso hay que pensar. Vos estas creciendo y ella se ha ido para atrás”.

Me doy cuenta que no soy sólo yo

Como yo ya soy viejita, mis hijos me cuidan. Pienso que ellos ya saben ahora lo que me pasó en ese tiempo, pero no me platican nada de eso, no me dicen: “¿por qué te hicieron así?” o, “¿sí le has dicho a papá?”. De todas maneras yo prefi ero seguir como si fuera secreto; los hombres sanos te pueden decir que te escuchan y que te perdonan, pero con alcohol ya no hay perdón del hombre, te desprecia, te regañan. ¡Ay, dios! Te matan. Aunque yo he llevado luchas en mi comunidad, todavía le tengo miedo a mi esposo y no le puedo decir lo que viví. Él es alcohólico y sin saber lo que me pasó ya me pega, pero yo nunca jamás levanto mi mano detrás de él, contesto un poco con palabras a veces, pero lo que hago siempre es que mejor me huyo, me retiro para que no haya guerra adentro. Tal vez por el maltrato es que a veces sueño que me caso con otro hombre, estoy bien arreglada y ahí está mi papá; o que estoy desnuda y no puedo amarrar mi corte. Hay gente que me dice: “cuando soñás que te casas otra vez, te quedas viuda”, pero gracias al Señor él está vivo todavía. Yo pienso a veces que la gente que se queda viuda se va pronto con otro hombre, pero yo, si hubiera enviudado, pienso que no me hubiera ido con otro hombre, ya mis hijos son grandes y es una vergüenza hacer eso.

Una vez conté lo que me pasó en mi confesión con el sacerdote y él me dijo: “no es grave el pecado por que no fue con tu voluntad, sino forzosamente”. Después de que me dijo eso yo saqué un poquito mi dolor, pero eso yo solita lo sabía.

Ahora hay pláticas y grupos de mujeres en las que se oye que somos iguales, que tenemos derechos, que hay que reclamarlos; hasta en el mismo hogar el esposo no respeta la dignidad de la mujer. Pienso que no se va a encontrar justicia porque los hombres de eso no escuchan nada, son pocos los que participan, que de verdad le tienen cariño y atienden a la mujer y a las hijas; la mayoría de hombres hacen lo que ellos piensan, dicen: “yo soy hombre, soy yo el que manda”. Sé que a las que les pasa ahora la violación sienten como yo sentí: uno ya no tiene ganas de trabajar, ya no desea nada, las cosas ya no tienen sabor. Y sé que las mujeres podemos hacer el mismo trabajo que los hombres y los hombres el de la mujer, por eso tenemos igual valor, eso sólo lo aprendemos por medio de las pláticas y la participación, así uno despierta su mente.

Lo que me pasó en la violencia siempre está presente, es como una carga pesada que te enferma, se va por momentos pero regresa, ahí necio se mantiene. A veces no aguanto de sacar esas cosas, siento como que tengo una chibola11 en mi garganta que no pasa ni para abajo ni para arriba y comienzo a llorar. Pienso que eso se va dormir hasta cuando yo me duerma también, hasta ese momento ya no voy a sentir nada.

Cuando empecé a participar en esta organización, sí me salió un poco el dolor con las cosas que dije. En el grupo me doy cuenta de que otras también hablan y no soy sólo yo, no sólo yo tengo ese valor o ese sufrimiento y vergüenza. Por eso no quiero dejar esas pláticas.

San Martín Jilotepeque, 2006.

1. Almacenaba los granos.

2. No se ensucia.

3. Hoja que envuelve la mazorca del maíz.

4. Aguardiente de caña.

5. Expresión de sorpresa, admiración o enfado.

6. Manta fina de algodón, generalmente de colores intensos.

7. El hijo menor.

8. Salvado con el que se fabrica cerveza.

9. Bebida alcohólica que resulta de la fermentación de maíz en agua azucarada.

10. Zapatos.

11. Bulto.