Mapa DDHH Sahara

El testigo Aba Ali mira con ojos enrojecidos de tantas veces que se los ha frotado en la vida desde aquel 12 de febrero de 1976. Tenía trece años. Había un gran operativo en la zona de Amgala. Más de cien vehículos y ametralladoras, aunque no había tanques. Varios beduinos habían sido detenidos. El militar que los detuvo, llamó primero a Moulud. Le preguntó por el Polisario. Moulud que era un pastor de camellos, le respondió que no sabía. Después del no, el militar le disparó en el pecho. Entonces llamó a Abdalahe. Le pidió el DNI. Se lo devolvió y le hizo la misma pregunta. Después del no, sin más palabras, le disparó en la cabeza. El testigo huyó corriendo. El soldado que lo capturó, le dijo: «di viva el rey». Así el muchacho salvó la vida. Después, pasó la noche en un camión tapado por una manta. Amarrado como estaba, con los dientes hizo como roedor un agujero por donde podía ver. Por la noche escuchó diecisiete disparos, los contó.

Hoy llegamos al mismo lugar, treinta y siete años después. Desde entonces no ha vuelto, pero reconoce el sitio. Aquí sentados, volvemos a aquellos días. Tiene una memoria de camello. El camello siempre sabe volver a donde tomó agua la primera vez y recuerda a la gente que le ha hecho mal. A nuestra espalda, a 25 metros, hay una fosa.

Una exhumación es un lugar donde se encuentran dos mundos que parecen excluyentes. Como continuidades en un solo sentido. El mundo de los vivos, donde aprendemos a escuchar el dolor, el miedo y el sentido. El de los muertos es un mundo que solo te habla si sabes escucharlo. Ese hueso blanqueado por el sol. Esa fractura perimortem. Aquel orificio de salida. La precisión de la prueba y el temblor del latido se juntan en esa orilla de dos mundos que es una fosa. Con el pincel acaricias los restos para desprenderlos de su abrigo de arena. A cada paso buscas las explicaciones, y te responden los detalles en silencio.

Memorias Nómadas

Carlos Martín Beristain

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