Mapa DDHH Sahara

Aminatou estaba tan débil que no daba para sacarla a la calle ahora que ya la decisión estaba tomada. Así que la llevaron al hospital para ver si mejoraba su salud, y sobre todo su aspecto. Faltaban solo catorce días para que los desaparecidos en los centros clandestinos fuesen reconocidos y liberados por el régimen marroquí en 1991; aunque nadie lo sabía todavía.

Un enfermero saharaui sacó en silencio la noticia. Apenas un susurro para enviar a la familia. Aminatou estaba con vida aún y estaba aquí. Había sido detenida y desaparecida junto con otras muchas personas que pretendían hacer una manifestación ante la visita de Naciones Unidas para preparar el referéndum. De eso hacía casi cuatro años. La desaparición es un agujero negro que se lo traga todo.

Su madre llegó una noche sigilosa y pidió a la policía que la dejara entrar. Y la policía –sigilosa también– se saltó las reglas de lo prohibido.

«Horrible» es la palabra que sale de su boca, aunque entonces no salió ninguna. Cuando hay tantas cosas que decirse solo alcanzan lágrimas y besos. Llora que te llora, el tiempo llegó. Apenas unos minutos y ya. Así se despidieron, una de la otra, entre los dedos.

Aminatou pasó toda la noche sin dormir. Imposible después de esa presencia que era, de nuevo, un cordón umbilical que le unía a la vida como antes le habían unido los recuerdos. Después, el insomnio se hizo aliado del olor de su madre entre las manos. Aunque el tiempo se hubiera acabado, pasó toda la noche con ella.

Memorias Nómadas

Carlos Martín Beristain

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