La agenda aprobada en 2015 supone un cambio fundamental en el diagnóstico y enfoque de los problemas de desarrollo, representando además un consenso internacional relevante. Sin embargo, aspectos como su voluntariedad o la debilidad de los medios de implementación hacen que su potencialidad se vea cuestionada en la práctica. La propia agenda y su traslación a las políticas concretas nos demandan un enfoque crítico que permita abordar cambios más allá de lo cosmético.